BIFF - Bogota International Film Festival

‘Vuelvo sobre los pasillos habitados por fantasmas‘ nos susurra el cineasta, convertido él también en otro espectro condenado a vagar por las imágenes de su película inconclusa. Como si estuviese atrapado dentro de un laberinto, deambula por los campos y pasillos de una antigua escuela convertida en viviendas. El virus Citrus Tristeza contaminó las plantaciones de cítricos que sustentaban el trabajo en las comunidades escolares desde los años ‘70. Pese a la tierra enferma, el hacinamiento y el aislamiento, fueron repoblados estos espacios como estrategia del gobierno ante el fracaso del proyecto de las escuelas en el campo, destinadas a formar al Hombre Nuevo. Lo vital era permanecer. Al cineasta le prohíben filmar el lugar transformado. Años después decide rehacer El Proyecto. Explorando en su memoria articula un filme sobre la negación, la imposibilidad de la imagen y la fractura de un proyecto social, artístico y personal.

Voy tras los pasos de Isidro Velázquez, el último gauchillo alzado de la Argentina y, como la búsqueda del tiempo perdido siempre es errática, ¿voy realmente tras los pasos de ese fugitivo de la justicia burguesa? ¿O es que voy tras mis pasos, tras mi herencia? Viajo a Chaco, a Cuba, busco una película desaparecida, busco en archivos fílmicos cuerpos en movimientos que me devuelvan algo de lo que se fue muy temprano. ¿Qué busco? Busco películas, también una familia, una de vivos, una de muertos; busco una revolución, sus cuerpos, algo de justicia; busco a mi madre y a mi padre desaparecidos, sus restos, sus nombres, lo que dejaron en mí. Hago un western con mi propia vida. Busco una voz, la mía, a través del ruido y la furia que dejaron esas vidas arrancadas por aquella justicia burguesa.

Para enfrentar a los fantasmas que lo persiguen, el director palestino Raed Andoni reúne a un ecléctico grupo de ex presidiarios para construir una réplica de Al-Moskobiya, el principal centro de interrogatorios de Israel, donde él mismo fue encarcelado a los 18 años. Desde la memoria fragmentaria, día tras día, dan forma al centro de interrogatorios que todos vivieron, y recrean sus historias. A medida que se levantan las paredes de las celdas, las lenguas y las emociones se van soltando.